lunes, junio 21, 2010

Mitología Japonesa: Tanabata



Cuenta la leyenda que...

"Orihime (織姫, Princesa Tejedora), la hija de Tentei (天帝, Rey Celestial). Orihime tejía telas espléndidas a orillas de la Vía Láctea (天の川, Amanogawa). A su padre le encantaban sus telas, y ella trabajaba duro día tras día para tenerlas listas. Sin embargo, la joven era adicta a su labor y se pasaba día y noche trabajando en su telar sin permitirse ni un sólo descanso, y esto la afligía, porque a causa de su trabajo no podía pensar siquiera en encontrar a alguien de quien enamorarse.

Sin embargo, la casualidad hizo que cierto día Orihime conociera a un pastor de bueyes llamado Hikoboshi (彦星), que vivía al otro lado del Amanogawa y que también se dedicaba por entero a su trabajo. Nada más verse se enamoraron al instante, y no tardaron en contraer matrimonio, para felicidad del rey de los cielos, que también estaba empezando a preocuparse seriamente por la excesiva dedicación de su hija.

Los dos jóvenes estaban tan enamorados el uno del otro que, tras casarse y empezar a vivir juntos, ambos descuidaron sus respectivas labores. Orihime dejó de tejer para Tentei y los dioses del cielo, que se quedaron sin vestidos, y a su vez Hikoboshi descuidó su rebaño y dejó que las estrellas se desperdigaran por el cielo, provocando destrozos allá por donde pasaban. 

Esto enfureció a Tentei. ¿Cómo podía ser que su trabajadora hija se hubiese vuelto tan descuidada? Como castigo, el rey del cielo decidió separar a los dos amantes, uno a cada lado del Amanogawa, y les prohibió que volvieran a verse nunca más. Orihime, muy triste por la pérdida de su esposo, rogó a su padre entre lágrimas que la perdonara y les permitiera volver a verse, y Tentei, conmovido, le prometió que les permitiría reunirse una vez al año, el séptimo día del séptimo mes, siempre y cuando ella trabajara con dedicación y tuviera listo su trabajo para entonces. 

Sin embargo, la primera vez que intentaron verse, Orihime y Hikoboshi se dieron cuenta de que no podían cruzar el Amanogawa, dado que no había puente alguno. Orihime lloró tanto que una bandada de urracas vino en su ayuda y le prometieron que harían un puente con sus alas para que pudiera cruzar el río. Esa es la única ocasión que tienen cada año de poder verse los dos amantes, y depende de que el tiempo sea bueno, porque si un año ese día está lloviendo, las urracas no pueden venir y los dos amantes tienen que esperar hasta el año siguiente. "
Tradición en Japón:

Todos los años, el día séptimo del séptimo mes (es decir, la noche del 7 de julio), se conmemora el festival de Tanabata en recuerdo de estos dos enamorados (representados por las estrellas Vega y Altair, cada una situada a un lado de la Vía Láctea), que sólo en ese día del año, y si el tiempo es bueno y no llueve, pueden volver a verse. En ese día es costumbre escribir los deseos que se quieren pedir a los kami en hojas de papel coloreado (短冊, tanzaku), que a continuación se atan a ramas de bambú recien cortadas. El bambú y las decoraciones a menudo se colocan a flote sobre un río o se queman tras el festival, sobre la medianoche o al día siguiente. Esta costumbre se asemeja a la costumbre de los barcos de papel y velas del Bon Odori.




El nombre Tanabata se basa remotamente en la lectura japonesa de los caracteres chinos 七夕, que se solían leer como shichiseki. Se cree que existía por la misma época una celebración de purificación shintô, en la cual un miko tejía un trozo de tela especial llamado Tanabata(棚機 (たなばた) y lo ofrecía a los kami para rezar pidiendo protección para los campos de arroz contra las lluvias y las tormentas, y para una buena cosecha en otoño.




Gradualmente, esta ceremonia se mezcló con el festival chino para la súplica de habilidades, Qï Xï, y se convirtió en Tanabata (七夕). Es curioso que los caracteres chinos 七夕 (Qï Xï, "siete noches") y la lectura "Tanabata" para los mismos caracteres en japonés se unieran para significar el mismo festival, aunque originalmente representaban dos cosas distintas.


Visto en: KatsuHouse

viernes, junio 11, 2010

Cuento: Mujima de la Colina


En el camino de Akasaka, cerca de Tokyo, hay una colina llamada Kii no Kuni Zaka, o "La Colina de la provincia de Kii". Está bordeada por un antiguo foso, muy profundo, cuyas laderas suben formando gradas hasta un espléndido jardín, que esta por los altos murps de un palacio imperial.

Mucho antes de la era de las linternas y los jinrishkas, aquel lugar quedaba completamente desierto en cuanto caía la noche. Los caminantes rezagados preferían dar un largo rodeo antes de aventurarse a subir solos a la Kii No Kuni Zaka, después de la puesta de sol. Y eso a causa de un Mujima que se paseaba por esas zonas.
El último hombre que vió al Mujima fue un viejo mercader del barrio de Kyoubashi que murió hace treinta años. He aquí su aventura tal y como la contó:

Un día cuando empezaba a oscurecer, se apresuraba a subir la colina de la provincia de Kii, cuando de pronto vió a una mujer agachada cerca del foso...Estaba sola y lloraba amargamente. El mercader temió que tuviera intención de suicidarse y se detuvo para prestarle ayuda si era necesario. Vió que la mujer era graciosa y que iba vestida de forma lujosa, su cabellera estaba peinada como era propio de una joven de buena familia.

> "O-Jochu *" -saludó al aproximarse-. "No llore así... Cuénteme sus penas... me sentiré feliz de poder ayudarla."

[* Título de cortesía que se empleaba para una señorita a la que no se conoce y que equivale a decir distinguida señorita.]



Hablaba sinceramente, pues era un hombre de corazón. La joven continuó llorando con la cabeza escondida entre sus amplias mangas.

>"¡Honorable señorita!" -repitió dulcemente-."Escucheme, se lo suplico... Este no es en absoluto un lugar conveniente para una persona sola de noche. No llore más y digame la causa de su pena. ¿Puedo ayudarle en algo?"

La joven se levantó lentamente... Estaba vuelta de espaldas y tenía el rostro escondido... Gemía y lloraba alternativamente. El viejo mercader puso una mano sobre su espalda y le dijo por tercera vez: 

> "¡Oh-Jochu! Escúcheme un momento..."

La honorable señorita se volvió bruscamente. Dejó caer la manga y acarició la cara con la mano... 
¡El viejo vió que no tenia rostro!...

Huyó gritando de espanto... Corrió hasta el borde de la colina, oscura y desierta, que se extendía delante de él...Corría sin pararse y sin osar mirar hacia atrás... Por último, vió en lontananza, la luz de una linterna... 
Era una lucecilla tan pequeña que se hubiera podido confundir con una mosca luminosa. Era la luz de una vendedor ambulante, un vendedor de soba, que había levantado su propio tenderete sobre el camino. Después de la experiencia que el viejo acababa de sufrir, la más humilde de las compañías le pareció deseable. Se hecho a los pies del vendedor de soba, gimiendo:

>"¡Ah!...¡Ah!...¡Ah!..."
>"Kore... Kore..." - replicó el vendedor ambulante bruscamente -. "¿Qué le ocurre? ¿Le ha hecho alguien algún daño?"
>"¡No!... Nadie me ha hecho daño..." - Murmuró el otro -. "Pero...¡Ah!...¡Ah!...¡Ah!..."
>"¡Por lo menos le han dado un buen susto!" - dijo el mercader, demostrando poca simpatía -. "¿Se ha encontrado con algún ladrón?"
>"¡No!... Pero, cerca del foso... he visto... ¡Oh!, he visto una mujer que...¡Ah!, jamás podré describir cómo la he visto..."
>"¿Qué? ¿La ha visto, tal vez, así? ..." - Exclamó el mercader.

Se acarició la cara, que de pronto se hizo semejante a un huevo. ¡En aquel mismo instante se apagó la luz!